Y si te quiero abierto...




Esa noche mis zapatos no estaban de acuerdo. Laura miró atrás, allí donde se pierden las gabardinas informes pero no vio nada. Absolutamente nada. Aún persistía el olor anestésico del blanco, continuaba el rumor difuso de su risa clara, casi ahogada en la laguna de las aves aulladoras. Nunca es lo suficientemente tarde para volver la vista atrás. Laura siguió avanzando en línea recta, no le gustaban las calles sinuosas y menos aún si eran oscuras y de mirada perversa. Siguió con cuidado cada chicle, que desde hace años había ido pegando al suelo día tras día, tarde tras tarde. Mientras el sabor a chicle se perdía en sus papilas, buscó la melancolía de las sombras fundirse en la acera, pegándose fuertemente sobre aquellas gomas aplastadas.
Ama la vida, los lunares y las hojas color de atrévete a pisarme y morirás, pero aún le gustaba más aquella cabina abandonada al final de la calle que llevaba al Gran Boulevard, aquella cabina en la que se podía leer:  ¿Te pego la Soledad?,  te pego de verdad. Le encantaba pensar en esa enfermedad y responder a aquella pregunta, también oxidada. Pero no lo entendía. En realidad no sabía bien en que consistía la Soledad, aunque fuera algo que le acompañaba desde su infancia.
Esa noche mis zapatos no estaban de acuerdo. Laura miró atrás y pensó en todo aquello que dejaba tras de sí, una estela de infinitas casualidades, pero decidió seguir,
                                                                                                         (sin mirar).
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Y si te quiero abierto...

Y si te quiero abierto
como el centro imposible de un mundo transparente,
si te quiero imposible, más allá de mis brazos
o la aurora que extiende un sueño en las tinieblas,
más abierto que el viento, más leve y más amante,
será porque mañana nos quisiera infinitos,
unidos como nieve a punto de ser agua.

Y es por eso que dejo resonar la memoria,
todas esas palabras de hilo que se enredan
en tu boca o la mía.


Chantal Maillard 



La debilidad del reflejo

La debilidad del reflejo



Perdona guapa, ¿Tienes un cigarro?
En ese momento quise avalanzarme 
sobre el humo extinto de su pelo.
No fumo;
pero esa noche me hubiera gustado perderme 
en la inmensidad de una calada, 
de esas que cortan la respiración.  

Pero no lo hice. 



Tengo miedo, 
miedo de encontrarme otra vez.
La calle estaba oscura y caliente, 
dos sombras borrachas anunciaban el ocaso.
No fumo, 
pero esa noche hubiera dado todo 
por ser la boca amarga del desengaño. 



 Esa noche hubiera rasgado la cal de las paredes 
en busca de respuestas.
No fumo,
te aspiro.
Y tú me dejas succionar tus gritos de espanto,
mis ojos se secan, se agrietan y te siguen.
Ya se ha consumido.
La colilla recuerda aquel error de madrugada,
su lengua moribunda llena de cardos y de espinos.
Ya se ha consumido.
Y continúa sin guantes ni bufanda.
Recorre la curva polar con su yema desgastada.
No fumo,
sólo te aspiro.
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Soledad

Soledad


¿Por qué me buscas, Soledad,
en el azul de mi vestido,
en la sal de las lentejas?

(Siempre te quise).

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