Mi Odradek




Hoy es día de ciprés,
de Leucótea cegada.
Muere en lo más profundo,
brota un suspiro derrotado.
Hoy es día de aullidos silenciosos,
de combustión espontánea.

Hoy, cometí el peor error:
arranqué el tuétano del recuerdo:
mordí su rodilla extranjera.

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" Sobre su hombro se ha posado un ser inferior y más oscuro: un odrarek que ataca su alma, la estrecha y la aprieta, la rejuvenece y, a su modo, la inmadurece". 
Vila-Matas



Ladrido



LADRIDO


                                                        Ahora su cuerpo será ceniza,
                                                        mezclada con Troski,
                                                        con Gus o Renard.
                                                        Fértil abono
                                                        de un olivo,
                                                        de un manzano
                                                        o un parque sin sombra.

                                                        Ahora su cuerpo será ceniza,
                                                        corriendo en libertad por el campo.
          [que tanto amaba]
                                                        Sus ojos huecos, de soledad,
                                                        enfermos lloran com-pasión.

                                                        Ahora su cuerpo será ceniza,
                                                        el ladrido quemado
                                                        brota una brizna de hierba.

                                                        Su anorexia amoratada
                                                        del sábado en la noche,
                                                        callejea sin luz, sin patas.

                                                        Ahora, su cuerpo será ceniza,
                                                        polvo de una vitrina de trofeos
                                                        dorados y elegantes.
                                                        Primer premio local,
                                                        Tercero en un concurso de caza,
                                                        de bronce en ajedrez.

          ardió, 
          humeó, 
          se secó.

                                                        Su cuerpo será ceniza, 
                                                        será desierto,
                                                        será foso,
                                                        será  fefer siempre.

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La soledad es la antesala de la muerte

La soledad es la antesala de la muerte





Húmedo y temblando ladró.
El reloj ha muerto
y ya nada parece real.

Vagas ganas de morir,
de dejarse morir.

Una voz comunicando
me presta su garganta
y me ahorca en cifras.

"La soledad es la antesala de la muerte".

Muerte nº27.

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I.  Lunes de León




Parece como si nada hubiera cambiado. León vestía igual que entonces: una camisa de cuadros algo desgastada y unos 501 que se había "apañado" de una bala de ropa que llegó de yo que se donde en bastante buen estado y de la que había sacado buen provecho para su tienda. León tenía un local de ropa de segunda o tercera mano (qué se yo) que él mismo restauraba y verdaderamente hacía maravillas, era capaz de convertir una simple blusa en una señora blusa de aspecto impecable y eso por no hablar del tejido vaquero. 
Ahora paseando por la calle del local, me parece sentir de nuevo a León con su Singer heredada cosiendo y arreglando las balas, el olor a almidón que rezumaba por la puerta en los meses de mayor calor.
No entiendo por qué nos hemos distanciado tanto, quizá el amor es la causa, y quizá es justamente la que nos uniría tiempo más tarde.
Era una mañana triste de domingo, tenía frío y el sofá me absorbía como un imán, pasé la mañana, el día y la noche viendo la televisión. Me dolían los ojos, pero me sentía aburrida y sola, tanto que no quise ni levantarme a cambiar de canal, la verdad que no me importaba lo que estuviesen echando en la tele, tenía la mirada perdida en el horizonte de los cogotes del público del programa de ana rosa o el de crónicas marcianas, no recuerdo bien, pero era interesante mirar lo que la gente hacía mientras estaba en directo, quería ver si alguno de ellos estaba como yo de asqueada, fue gracioso descubrir varios de estos tipos rondando entre el público: señoras que van sólo a zampar y a ver famosos y luego se duermen cuando toca debate político, hombres con cara de intelectuales que miran hacia otro lado o nunca pestañean... 
Esa mañana de domingo me mantuve ínmovil, casi en estado vegetativo, no tenía fuerzas ni ánimo para hacer algo provechoso y claro, no se me ocurrió otra cosa que perder el tiempo a propósito.
Por la tarde, el teléfono sonó repetidas veces, la lavadora quiso que le prestara atención con un sonido igual de insoportable que el de un recién nacido, pero yo no me moví del salón. Por un momento pensé que alguna llamada podría ser importante, aún estaba esperando que viera la luz mi proyecto, pero ese domingo veía todo lejano, imposible y decidí transformarme en vegetal por un día. Acabé inconsciente en el sofá con la postura propicia para la tortícolis y el mando de la televisión colgando de mi muñeca. A eso de las 6 de la mañana me despertó el suicidio del mando, lo tomé como un suicidio ante el ajetreo del domingo, como si intentara huir de la presión que ejercía mi soledad, mi aburrimiento asqueado. Y es cierto, en verdad que ese día tanto el mando como yo nos suicidamos un poquito, muy poquito. Me puse una chaqueta, mis botas y salí a la calle a prisa a desayunar algo al bar que hace esquina, un pequeño antro venido a menos, menguado por los litros y litros de vino que había absorbido la madera del suelo. Era mi lugar favorito para desayunar, siempre estaba húmedo, como una cueva, y olía a taberna antigüa y eso me traía muchos recuerdos.
En aquella taberna una tarde de noviembre conocí a León que, por aquel entonces llevaba una sudadera de los Judas Priest con pelotillas y leía libros de filosofía y algún que otro de poesía. Esa mañana me acordé intensamente de él, más que otras veces, vi sus ojos tímidos escondidos tras sus gafas adentrándose en El Fin de la Eternidad de Asimov, y me acordé que me llamó enormemente la atención. Pensé en acercarmé, y charlar sobre Asimov o sobre música, pero lo vi demasiado precipitado y me daba un poco de vergüenza, la verdad, asi que, en un trozo de servilleta empecé a escribir mi concepción del tiempo, de la libertad y acabé casi llenando la parte delantera. Por detrás le pregunté su opinión y puse el teléfono del bar, (ya que entonces yo era camarera de aquel antro) se lo entregué junto con la cuenta y me marché ipso facto.
Desayuné con ansiedad, engullendo la tostada y bebiendo el café en tiempo record, sin caer en la cuenta que no había comido nada desde hacía dos días, hasta que sentí la necesidad de repetir desayuno. Fue entonces cuando Mario, el jefe del local me preguntó si estaba bien, si necesitaba ayuda. En un primer momento mi orgullo casi manda a la mierda su proposición, casi caritativa. Realmente no sé que intentaba conseguir con esa actitud. Tras un largo silencio, me cogió la cara con cariño y me miro con ojos paternales, como si esperase que su "hijita" le contase que tal le ha ido el día. Mi orgullo desaparecío por completo y le conté lo que pasó con León y las ganas que tenía de volver a verle de nuevo, incluso se me escapó preguntarle si sabía algo de él. Mario era lel adulto más inocente y bueno que haya conocido jamás, era regordete, simpático y siempre hablaba de su "Atleti del alma". Su mujer era estéril y él me cogío gran cariño, creo que por eso. Adela, su mujer , de vez en cuando me preparaba tuppers de comida casera para llevar a la universidad y me planchaba la ropa a diario por qué según decía ella: -Hija, no puedes ir por ahí como los "jipis" esos que son unos dejaos de la "vía". Siempre me hizo gracia como hablaba, la concepción tan cerrada que tenía y su inmovilismo o cabezonerismo (según se mire) en sus posturas.
Fueron mis padres adoptivos durante muchos años y yo, su "hijita" ficticia.

(...)
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