El deseo se extingue en tus rodillas,
mirada de pájaro obtuso,
al final de la taza de té,
junto a la servilleta de besos robados.
El deseo se extingue en la devastación
del bosque indígena (de tradición absorbida),
en la ortografía consentida de una tarde lluviosa
llena de esdrújulas y tildes voladas.
Me secuestras buscando la fugaz comprensión
del vino amargo entre mis uñas disfrazadas
de amistad.
El deseo se extingue en tí,
desencanto de juventud profanada,
en tu risa de primavera adormecida.
El deseo se extingue cuando me consumo,
y te pierdo.